Gan y Bur eran hermanos. Vivir en el bosque sin sus padres no les fue fácil, pero desde que pudieron valerse por si mismos habian abandonado a su tribu para mantenerse más cerca de la ciudad. Siempre había algún viajero distraído, el cual en caso de descubrirlos cuando se acercaban a robar asumía que eran unos niños perdidos en el bosque, con sus ropas gastadas y sus padres desaparecidos. Más de una vez las trágicas historias que Gan contaba a sus víctimas les habían conseguido ropa, techo y comida a él y a su hermano por días, hasta que se aburrían y partían llevándose cuanto objeto valioso pudiesen encontrar.
Simogatu fue una víctima distinta. Un hombre extremadamente agradable, que tal vez no fue encontrado por los hermanos, tal vez fue a su encuentro. El problema para Gan llegó cuando Bur se aburrió y le sugirió abandoar a Simogatu. Bur no veía más que otro pobre medio elfo, ostentando sus riquezas y su posición en la ciudad (aunque, ¿que era exactamente lo que hacía para que tanta gente diversa viniese a visitarlo siempre con urgencia?). Para Gan la situación era otra, ya que le costaba cada día más alejarse de una casa llena de habitaciones secretas, de una biblioteca llena de historias de grandes estafadores, de un hombre que parecía saber infinitas cosas y que estaba dispuesto a compartirlas, si tan sólo se quedaban un poco más.
Finalmente la intriga pudo más. La vida con Simogatu había cambiado a Gan, o al menos eso es lo que Bur le dijo el día que partió sin su hermano, nuevamente al bosque. Y fue lo último que supo de él. Con su compromiso establecido, las cosas cambiaron un poco en la mansión. Más allá de que el afecto del hombre por su invitado (ahora permanente) fue haciéndose más evidente, comenzó para el joven un período de entrenamiento . Las visitas ya no eran recibidas en privado, sino que Gan pudo participar de las reuniones donde se acordaban fuertes sumas de dinero por averiguación de información confidencial, intimidación de las autoridades, publicación de datos falsos, entre otros. Más aún, con la ayuda de su discípulo, el "negocio" creció tanto que a veces Gan se encargaba sin ayuda de cumplir los pedidos.
Gan ansiaba el momento en que su maestro le confirmase que había aprendido todo lo que tenía para enseñar. Necesitaba escuchar que podía irse, que podía tener una vida propia, libre del compromiso a su maestro. Pero los años pasaban y el momento no llegaba. Ocultando lo mejor posible su creciente desesperación, Gan consiguió usar una misión fallida para que Simogatu fuese muerto (¿podrían decir que él fue culpable aún si no fue con sus manos?).
El primer instinto fue correr, alejarse. Pero todavía existían habitaciones prohibidas, lugares sospechosos, cajones que evidentemente tenían un doble fondo. Entre estos recovecos lo encontró: una pila de cartas de la Drakla Oranir donde se felicitaba a Simogatu por su excelente trabajo como Guugac Demik. Pero también hablaban de la necesidad de emancipar a su aprendiz, de permitirle tomar misiones por su cuenta, de la falta de respuesta a las cartas anteriores con dicho pedido. Y la última, que no estaba entre las cosas viejas, sino que llegó después de la "partida" del maestro. Una carta de la Drakla Oranir, dirigida directamente a Gan, instando a que los visite para ser aceptado entre los Guugac Demik. Esto tomó a Gan por sorpresa. ¿Debía acercarse a la orden? ¿Les daría la noticia? ¿Usaría las credenciales falsas para hacerse pasar por otra perona? ¿Por el mismísimo Simogatu?
Monday, April 20, 2009
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